lunes, 20 de agosto de 2012

La emigración proporciona magníficas referencias para superar situaciones adversas como la actual


«Ahora que el mundo es más pequeño y todo está más cerca hay un pulsión en la sociedad a vivir la movilidad como un drama» l «Es impúdico que los políticos se sigan riendo o que se anuncien huelgas para dentro de cuatro meses buscando la fecha más

José Luis García Delgado (1944) tiene un vínculo vital con Asturias que deja en segundo plano su condición de madrileño de nacimiento. Catedrático de Economía Aplicada, miembro del grupo que en los años 70 del siglo pasado puso en marcha la Facultad de Económicas de Oviedo, los números nunca le apartaron de su inclinación a las letras. Fue rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y preside el patronato de la Fundación de Archivo de Indianos de Colombres, institución ahora en trance complicado por los recortes presupuestarios. Para García Delgado momentos críticos como este se superan con un baño de realidad y mucha esperanza.
-Ese proceso de adelgazamiento de lo público del que nada se libra pone en situación muy comprometida al Archivo de Indianos de Colombres.
-Estamos preocupados y al mismo tiempo somos realistas. El Archivo es un patrimonio cultural único. Son cien años de vida de la emigración con todas las manifestaciones de ese movimiento de población. Es un capítulo importante de la historia española, particularmente de algunas regiones como Asturias, que ha sido pionera en crear un lugar que acopie documentación sobre la emigración y testimonios del hecho emigrante. Asturias fue la primera, y casi la única, en dedicar tiempo, dinero y talento a que esa página no se olvide, a que nadie crea que es una historia vergonzante; todo lo contrario, es un proceso constitutivo de la identidad de una región que nos proporciona magníficas referencias para superar situaciones adversas como las que tenemos. La emigración es arrojo, es emprendimiento, iniciativa o confraternización. Siempre se dice que aquí no hay vocación empresarial y no la hay si no se dan las condiciones adecuadas. Los que aquí no tenían capacidad de emprendimiento cuando llegaron a América crearon empresas, instituciones, centros y asociaciones. Lo empresarial es un problema de estímulos, de ambiente.
-¿En qué magnitudes económicas se mueve el Archivo?
-El Archivo de Indianos ha llegado a registrar casi 20.000 visitantes anuales de pago, que aportan en torno al 25 por ciento de nuestro ingresos, complementado con las aportaciones del Principado y Cajastur. En estos veinticinco años hemos sido muy estrictos en el manejo del dinero pero ahora nos encontramos ante una reducción del 70 por ciento de un presupuesto, que ronda los 300.000 euros, y que ha dado para todo, desde rehacer un edificio en ruinas a pagar nóminas. Una cosa es adaptarse a una economía de guerra y otra afrontar una reducción de una magnitud que nos abocaría al cierre. Y el Archivo de Indianos no se puede cerrar. Pero estoy esperanzado con la buena disposición del Principado y con el nombramiento de una persona de la talla de Paz Fernández Felgueroso para presidir el Consejo de Comunidades Asturianas, que es una institución aledaña.
-Lejos de ser una episodio del pasado, muchos españoles vuelven a encontrar en la emigración su única salida.
-La de ahora es una emigración distinta. Tal vez tenga el mismo sentido de búsqueda de la oportunidad, de un trabajo y una vida alternativas porque la gente no emigra por aventura. En otro tiempo el emigrante que se iba sabía que probablemente no regresaría nunca. Ahora emigran sobre todo españoles cualificados, lo que desde un punto de vista económico es penoso pero, desde otra perspectiva, resulta admirable porque supone que hay españoles con la cualificación suficiente para abrirse hueco en mercados laborales nada fáciles. Estoy pensando en médicos, en arquitectos o en ingenieros.
-Ese salir fuera de España es toda una convulsión para una sociedad como la asturiana en la hace muy poco se escuchaban lamentos por los muchos jóvenes que tenían que irse a trabajar a Madrid.
-Ese empeño de no dejar el lugar es una reacción curiosa porque Asturias siempre fue una sociedad de emigración. Yo lo viví siendo presidente del convenio colectivo de Ensidesa en la segunda mitad de los años 70, al comienzo de la transición. Eran convenios colectivos complicados, con más de 20.000 trabajadores, y se trataba de hacer una reajuste de plantas; pasar de Mieres a Veriña era un drama. Nuestros mayores tenían perfectamente aprendida la asignatura de la movilidad. Y ahora que el mundo ha empequeñecido, que las fronteras han caído y el transporte es más rápido hay una pulsión social, una tendencia en una parte de la población a vivir la movilidad como un drama. La movilidad permite encontrar otras oportunidades y ya habrá tiempo de volver. No es bueno querer para nuestros hijos que estudien donde han nacido, que encuentren trabajo donde han estudiado. Tenemos la inmensa suerte de poder conocer más mundo que nuestros mayores.
-A un economista es obligado preguntarle si todo lo que vivimos ahora no era predecible, si el saber económico ha fracasado en su capacidad de advertir hacia dónde nos dirigíamos.
-Estamos en una situación muy difícil y comprometida. Hay que buscar elemento que transmitan esperanza, lo peor que nos podría pasar es caer en la desmoralización. Decía Raymond Aaron que en ocasiones la esperanza más que una virtud es un deber y este es uno de esos momentos. Mirando hacia atrás, hay un ciclo de crecimiento que dura desde los 60 hasta 1974, catorce años de prosperidad seguidos de diez años de crisis por el ajuste industrial. Hasta avanzado el año 84 no se puede decir que la economía española iniciara una senda de crecimiento continuado. Desde el año 95 hasta el 2008 vivimos otro tiempo de prosperidad y no resulta impensable que ahora estemos en otro período de diez años de búsqueda de salidas y de realizar reformas para encontrar de nuevo la senda del crecimiento. Entre 1975 y 1984 en España se hicieron muchas reformas estructurales, que permitieron que una economía casi autárquica estuviese en condiciones de ingresar en el Mercado Común Europeo. Ahora hay que hacer esas reformas con el pulso necesario para que la recesión no devenga en depresión. Hay motivos para la esperanza. A los 68 años puedo decir que los españoles de mi generación no tenemos derecho a ser pesimistas en ningún caso, todo ha ido de menos a más. Quizá ahora no hayamos sido demasiado diligentes en los primero compases de la crisis y quizá eso la hizo más severa, pero hay motivos para la esperanza.
-Usted alude a la crisis de los 70 y cada vez resulta más un lugar común la afirmación de que la que vivimos ahora nos retrotrae a aquellos tiempos.
-No hay comparación. No nos acordamos, pero la transición fue tremenda. Muchos conflictos de orden público acababan con víctimas mortales. Ahora estamos en una sociedad mucho más asentada y próspera. En los 70 carecíamos del tejido empresarial que tenemos hoy, con muchas empresas españolas convertidas en multinacionales. Sabemos hacer empresa competitiva como antes no sabíamos y la sociedad está más instruida, mejor formada. Hay una sociedad civil que no existía en los 70, es una sociedad mucho más vertebrada, mucho mejor pertrechada para el futuro pero a condición de que hagamos un ejercicio de realismo. A esto han de contribuir quienes tienen responsabilidades en el ámbito público, no sólo los políticos. No se hace pedagogía social, en unos casos por no perder votos y en otros por no resultar antipáticos. El Estado del bienestar es una conquista viable y admirable que hay que mantener pero no en las condiciones de los últimos treinta años.
-¿Es cierto, como sostiene Rajoy, que no hay alternativa al severo ajuste puesto en marcha por el Gobierno?
-Vivimos endeudados. Mientras nos den crédito tenemos la posibilidad de usarlo para incrementar nuestra fuentes propias de generación de rentas. Cuando dejan de financiarnos no queda más remedio que el ajuste. Por ahí no hay alternativa. Pero sí creo que hay margen de maniobra en la gestión, empezando por transmitir mejor y convencer a la ciudadanía de lo que hay que hacer. Como soy profesor e hijo de maestro creo mucho en la pedagogía y cuando se nos convence de algo, lo que hay que hacer lo hacemos más rápido y mejor que cuando se nos impone. Al último Gobierno de Zapatero y a Rajoy les falta pedagogía social. En el verano del 77, se tomaron medidas dificilísimas, como pasar de indiciar los salarios por la inflación pasada a tomar como referencia la inflación prevista, lo que suponía reducir de un tajo diez puntos pero cortaba la espiral inflacionista. Enrique Fuentes Quintana, vicepresidente económico en el segundo Gobierno de Adolfo Suárez, explicó en la hora de mayor audiencia televisiva la necesidad de introducir el impuesto sobre la renta de las personas físicas. Si queremos mantener lo que tenemos hay que reajustarse, hay que dejar de reírnos porque es impúdico que los políticos se sigan riendo, salir a anunciar el copago riéndose o anunciar una huelga de general para dentro de cuatro meses buscando la fecha que más conviene. Como sociedad transmitimos muy mala imagen por la división interna y nuestros prestamistas son foráneos.
-También mina la imagen social ese empeño en flagelarnos por gastizos, ineficientes o proclives a abusar de las prestaciones sociales.
-Hay que evitar la autoflagelación. Creo que la pulsión hipercrítica de la generación del 98 no trajo nada bueno. El hipercriticismo puede llevar a la pérdida de la autoestima, que es algo fundamental en todos los órdenes de la vida. La peor consejera de un individuo o de un país es la autocomplacencia, pero es necesario siempre un cierto nivel de autoestima.
-Usted investiga sobre el español como recurso económico.
-Es una investigación larga que trata de poner de manifiesto el potencial económico de una lengua que es la segunda de comunicación internacional, tras el inglés. Comerciamos con la América hispana tres veces más de lo que lo haríamos si no tuviéramos una lengua común, pero los flujos financieros se multiplican por siete. La lengua tiene unos efectos multiplicadores. Para la sociedad española ha sido una bendición que buena parte de inmigración, casi un 40 por ciento, que recibimos en los años de bonanza económica procediera de países con los que compartimos el idioma. Eso permitió una integración social y laboral con costes mucho más reducidos de los que implica la de rumanos, búlgaros, norteafricanos o subsaharianos. Hay determinados servicios de proximidad en los que la lengua es fundamental por toda la cultura que lleva aparejada. Todo eso es cuantificable, con dificultad, pero puede hacerse.

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