De tiempo en tiempo me acerco a los registros de Ellis Island para realizar, una vez más, la misma búsqueda. Empiezo buscando a Francisco Bernabé. Luego a Francisco Bernabé López. Quito acentos. Sustituyo Francisco por Francesco. Busco a Francisco López (¿quizá tomaron su segundo apellido por su primer apellido?). Lo intento con tres o cuatro variaciones de Bernabé. Sigo las infinitas sugerencias que me da el buscador. El resultado siempre es el mismo: ni rastro de Francisco José Bernabé López.
Sobre Francisco José sólo conservo testimonios indirectos desgastados por el tiempo, un par de fotos llenas de silencios y la copia de su certificado de nacimiento. El testimonio más directo que conservo es de mi abuela, quien una mañana me dijo que su hermano Francisco se había quedado en América. La inmensa alegría que me invadió al imaginar la existencia de familiares lejanos se disipó en un instante cuando comprendí el verdadero sentido de aquellas palabras: Francisco había fallecido en América. En esta manera sencilla e indirecta de referirse a la muerte me pareció entrever un episodio demasiado doloroso, y aquella mañana preferí no indagar más sobre la vida y la muerte de aquel tío mío.
Mucho tiempo después volví a interesarme por la vida de mi tío Francisco José. Sobre él supe que nació en la comarca de Lubrín, provincia de Almería, el día 22 de junio de 1895. Era el mayor de los cuatro hijos de José Bernabé Serrano, natural de Albanchez, también en Almería, y de Luisa López Fernández, natural de Lubrín. Francisco José pasó probablemente la mayor parte de su infancia y su juventud en un caserío situado entre Albanchez y Lubrín. De este caserío emigraría en algún momento a Cuba junto a su padre José y a su hermano Roque. Más adelante emigraría a Norteamérica, y allí se quedó. Con la muerte de Francisco José se cumplieron las palabras de aquella chica dotada de sospechosas habilidades, quien un buen día le espetó con tono de amenaza si no te casas conmigo, no volverás de América. No se casó con aquella chica. Tampoco volvió de América.
No recordamos las fechas ni los lugares por los que Francisco José transitó y vivió. Sabemos que su hermano Roque pasó por Ellis Island procedente de Cuba en 1918, y que se dirigía a la casa de un tal José López residente en el 97 de Commerce St, Newark. Volvió a pasar por esta isla en 1920, esta vez en dirección a Youngstown, Ohio, donde le esperaba un tal José Cortés en el 385 de East Federal St. Y naturalmente sabemos que Roque estuvo en Buffalo, New York, como atestigua la fotografía que se tomó en el Estudio de Loffredo. Pero de Francisco José, ni rastro.
Conservamos, eso sí, una impactante fotografía tomada el día de su entierro. Junto a la entrada de un cementerio, se reúne un grupo de gente a ambos lados del ataúd del difunto, expuesto de cuerpo presente. El suelo está cubierto por una delgada capa de nieve helada. Es un día muy frío y soleado.
Detrás del ataúd, y ligeramente inclinado sobre el mismo, podemos reconocer el rostro abatido de su hermano Roque. Junto a Roque, un hombre de aspecto elegante y respetuoso, con el cabello echado hacia atrás y los ojos puestos en el difunto.
El resto de la comitiva está formado por medio centenar de personas, en su mayoría hombres jóvenes que no superarán los 30 años. Sus caras me resultan extremadamente familiares, a pesar de que casi cien años nos separan. Son sin duda los Cortés, los Sáez, los López, los Bernabé, los Carrión, los Aliaga, los Molina y los Ramos, que en su día bajaron de la Sierra de los Filabres y se embarcaron juntos en un trasatlántico rumbo a Norteamérica. Son vecinos, amigos, primos y hermanos de la Rambla Aljibe, de los Herreras, del Marchal, del Chive y de la Breña. De Lubrín y de Albanchez. Son mis emigrantes mediterráneos. Son el recuerdo de mis emigrantes mediterráneos.
Detrás del grupo reconocemos la verja del campo santo, indicado por un alto pilar de piedra coronado por una cruz, en el que podemos leer la palabra CEMETERY y el monograma compuesto por los caracteres IHS. Sobre la verja se aprecian los troncos y las ramas de algunos árboles desnudos que se entrecruzan en la imagen con desnudos postes de telefónos. Se asoman, al fondo de la estampa, los tejados de varias casa, todos ellos a dos aguas excepto un0, que es de tipo mansarda.
El fotógrafo se ha esforzado a todas luces por excluir de su obra cualquier rastro prosaico ajeno al propio drama y, con ello, ha conseguido frustrar una y otra vez mis intentos de encontrar la pista que necesito para desvelar las circunstancias de la muerte de Francisco José. Creemos recordar que fue en una mina o quizá en una fábrica. Dudamos si realmente nos contaron o acaso imaginamos que fue debido a una explosión, o a un derrumbamiento o al escape de alguna sustancia volátil nociva.
A día de hoy, esta fotografía es el único rastro material que tenemos sobre el paso de Francisco José por Norteamérica. Si puediese abrirme camino entre el compacto grupo de gente, quizá podría ver mejor el coche fúnebre, del cual sólo adivino débilmente su techo. Quizá podría leer la columna de sucesos que esa persona que nos da la espalda está hojeando. Quizá podría reconocer el nombre de una calle, o quizá podría leer el letrero de una tienda. El día que logre encontrar en esta fotografia esa pista que tanto deseo, conseguiré que me hable de toda una vida, y no sólo de toda una muerte.
Publicado en 1910, 1920, Cuba, EE.UU., Lubrín, Uncategorized Etiquetado almería, Estados Unidos, lubrín 1 comentario
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