los de Opinion
21 diciembre 2010
Los andaluces: de emigrantes a inmigrantes
ANDALUCIA
Hay una memoria histórica que no se reivindica en los parlamentos pero sí en las largas sobremesas dominicales de muchas familias andaluzas. Una memoria histórica que se ciñe a cómo vivían los mayores y a compararlo con las facilidades que se tienen hoy en día. Una memoria que habla de viajes en tren a Cataluña desde Andalucía, de fiambreras y hollín, de horas y horas en un vagón y de maletas de madera. La memoria, en fin, del andaluz. Una memoria presente, tozuda, inolvidable y repetitiva, tanto como nos recordó el tren de la exposición “La Immigració de Sant Adrià” como presentación de los actos del Día de Andalucía de un pasado 28 de febrero.
Seis son las horas que se tarda ahora en llegar a Sevilla en alta velocidad desde Barcelona, algo inimaginable hace unos años de esos largos trenes nocturnos de 18 vagones que tardaban, en la década de los 50, hasta 17 horas en llegar a Barcelona. De la estación de França salían y llegaban varios trenes nocturnos desde y hacia el sur. Hacia el norte recibían el mote del Catalán. De bajada, y según Fuera su destino, se conocían como el Malagueño, el Granaíno o el Sevillano
Durante los años 50 hasta los 70, cerca de dos millones y medio de andaluces abandonaron sus tierras, sus pueblos y sus viviendas y emprendieron el camino de la emigración. La riada migratoria se ha mantenido «in crescendo» hasta 1980, año en el que por primera vez el número de emigrados ha sido similar al de inmigrados. Desde entonces hasta hoy, el saldo migratorio de Andalucía se mantiene en equilibrio, debido, según unos, a la mejora de las condiciones socioeconómicas de la región (crecimiento continuado de la actividad económica), y, según otros, a la escasez de oferta laboral en otras regiones o países como consecuencia de la generalización de la crisis económica.
Sea cual fuere la razón, lo cierto es que el flujo de trabajadores andaluces hacia otras regiones españolas o hacia el extranjero ha ido decreciendo desde el año 1975, hasta alcanzar el punto de equilibrio en los años finales de la década de los 80. Los andaluces ya no se marchan de sus pueblos; la cuestión ahora estriba en saber si los dos millones y medio que un día los abandonaron estarían dispuestos a regresar.
Conocer la opinión real de ese enorme colectivo andaluz que vive alejado de su tierra de origen ha resultado muy complejo. Por una parte ha sido necesario saber cuántos eran exactamente, y dónde residían; por otra, realizar encuestas para conocer con precisión cuáles son sus proyectos de futuro y si no han abandonado el sueño de volver algún día a su tierra. Ambas empresas las ha llevado a cabo el gobierno andaluz a través de la Dirección General de Emigración, cuya sola existencia y el hecho de que dependa directamente de la Presidencia Autonómica, revela hasta qué punto el problema de los emigrantes es sustancial en la acción de gobierno de la Junta de Andalucía.
Actualmente, más de 1,7 millones de andaluces residen fuera de Andalucía. Esta población oriunda se distribuye entre 1,53 millones en España y 182.928 en el extranjero. Las comunidades autónomas con mayor presencia andaluza son Cataluña (678.502) y Madrid (267.504). Entre los países, destacan Argentina (38.036), Francia (32.711) y Alemania (26.133).
Problema aparte ha sido el determinar con precisión hasta qué punto los emigrantes tienen una voluntad real de retorno a sus lugares de origen. Un estudio sobre el nivel de integración de los andaluces en Cataluña encargado por la Dirección General de Emigración a la Cátedra de Antropología de la Universidad de Sevilla, cuyos resultados se conocen sólo parcialmente, ha permitido saber que la actitud de los encuestados es inversamente proporcional si se trata de emigrantes «interiores» o los «exteriores». Así, se sabe, gracias a estudios elaborados por el Instituto Nacional de Emigración, dependiente del Gobierno español, que La voluntad de retorno está presente en el 80 % de los emigrantes en el extranjero. Por contra, los datos de la Cátedra de Antropología demuestran que el 80 % de los andaluces residentes en Cataluña tienen muy Claro que nunca volverán a su tierra de origen. ¿Quiere esto decir que el restante 20 % (190.400 personas) sí retornaría?. A ese 20 % hay que descontarle el grupo de los que ni saben ni contestan, y el de los indecisos, por lo que queda un pequeñísimo porcentaje de gente dispuesta a retornar. Si a esto se añade que los pocos interesados en volver sólo lo harían a cambio de ayudas y exigencias inalcanzables, hay que colegir que, en Cataluña, el problema del retorno es inexistente.
Volver, volver y volver
La actitud contraria al retorno expresada por los catalanes de Andalucía corrobora las palabras del presidente Jordi Pujol, cuando aseguraba que «en Cataluña ya no hay inmigrados», utilizando deliberadamente el doble sentido de la expresión. Es decir, no hay porque el flujo migratorio ha acabado, pero también porque la voluntad de permanencia del millón de andaluces emigrados les convierte, por voluntad propia, además de por derecho en ciudadanos de Cataluña.
Sobre el número de andaluces dispuestos a regresar a su tierra se ha escrito y se ha exagerado mucho. Los retornados de otras regiones españolas no han sido tantos como se pretendía. Quizás porque quienes se ilusionaron con la vuelta masiva de sus paisanos no se percataron de que, como ha escrito Francisco Candel, «no hay animal más nostálgico que el pobre. El rico es cosmopolita. Para el pobre, el retorno es la vuelta al cubil». El célebre autor de Els altres catalans había imaginado con acierto cuál sería la actitud de los nuevos catalanes. «Yo siempre sostuve que lo que hará volver a la gente a sus lugares de origen será el que aquí le vayan mal las cosas, y crea entonces que allí le irán mejor, o que, al menos, podrá resistir o subsistir.». Como ya nos podemos imaginar, lo último no sería posible.
Los primeros casos de familias que emprendieron el camino de vuelta se dieron en Cataluña a finales de los setenta. La crisis económica y los procesos de modernización y/o reconversión hacían estragos en los centros de producción de los principales sectores. SEAT puso a muchos de sus empleados en la tesitura de aceptar un despido pactado (2 o 3 millones), o afrontar dentro de poco tiempo un despido sin posibilidad de negociación. Algunos aceptaron la indemnización, malvendieron el piso que tanto les había costado pagar, y emprendieron el camino de regreso, un flujo menor conocido como «la emigración de los emigrados».
Los economistas dijeron que de poco iban a servirles los tres millones de pesetas que traían, si éstos eran para invertirlos en una comunidad con tan elevado desempleo y un decrecimiento de la actividad laboral ininterrumpido, como demostraba el hecho de que de cada 100 personas que se quedaban sin trabajo en España, 40 eran andaluces. Caso distinto ha resultado el de los retornados procedentes de la emigración exterior. Algunos colectivos han vuelto con subvenciones y ayudas de los gobiernos de los países que les acogieron. El ejemplo de la cooperativa agropecuaria «La Pequeña Holanda», montada con el apoyo económico de los gobiernos español y holandés, ha actuado como acicate. En la Andalucía actual hay ya otras cooperativas y proyectos similares que sobrepasan por su nivel de modernización a «La Pequeña Holanda». Es el caso de «El retorno andaluz» o la cooperativa «Ros-clavel», en la que han encontrado ocupación 150 retornados.
La Junta de Andalucía, que no tiene una «política de retorno», sino «de Ayuda a los retornados», moviliza sus recursos para apoyar las iniciativas empresariales que les presentan los colectivos de emigrantes dispuestos a regresar. Una Comisión Ejecutiva que depende del presidente andaluz y en la que están representadas todas las consejerías, estudia la viabilidad del proyecto y decide qué tipo de subvenciones y ayudas crediticias pueden concedérsele. Pero Andalucía no está en condiciones de garantizar el retorno de sus emigrantes, por eso se limita a planificar el de quienes tomaron la decisión de volver.
Treinta años después de haberse iniciado el movimiento migratorio más importante y traumático de la historia contemporá Nea andaluza ha llegado el momento de la consolidación definitiva. Los pocos que han podido volver y los muchísimos que quedaron en tierras y países lejanos recordarán mientras vivan las dificultades pasadas, los días de nostalgia y de lucha por hacerse un hueco en una sociedad que por distinta se les revelaba siempre hostil. Y aunque deseen volver, la situación aquí sigue siendo la misma o peor.
Los hijos de El Almendro
Durante los años 50 hasta los 70, cerca de dos millones y medio de andaluces abandonaron sus tierras, sus pueblos y sus viviendas y emprendieron el camino de la emigración. La riada migratoria se ha mantenido «in crescendo» hasta 1980, año en el que por primera vez el número de emigrados ha sido similar al de inmigrados. Desde entonces hasta hoy, el saldo migratorio de Andalucía se mantiene en equilibrio, debido, según unos, a la mejora de las condiciones socioeconómicas de la región (crecimiento continuado de la actividad económica), y, según otros, a la escasez de oferta laboral en otras regiones o países como consecuencia de la generalización de la crisis económica.
Sea cual fuere la razón, lo cierto es que el flujo de trabajadores andaluces hacia otras regiones españolas o hacia el extranjero ha ido decreciendo desde el año 1975, hasta alcanzar el punto de equilibrio en los años finales de la década de los 80. Los andaluces ya no se marchan de sus pueblos; la cuestión ahora estriba en saber si los dos millones y medio que un día los abandonaron estarían dispuestos a regresar.
Conocer la opinión real de ese enorme colectivo andaluz que vive alejado de su tierra de origen ha resultado muy complejo. Por una parte ha sido necesario saber cuántos eran exactamente, y dónde residían; por otra, realizar encuestas para conocer con precisión cuáles son sus proyectos de futuro y si no han abandonado el sueño de volver algún día a su tierra. Ambas empresas las ha llevado a cabo el gobierno andaluz a través de la Dirección General de Emigración, cuya sola existencia y el hecho de que dependa directamente de la Presidencia Autonómica, revela hasta qué punto el problema de los emigrantes es sustancial en la acción de gobierno de la Junta de Andalucía.
Actualmente, más de 1,7 millones de andaluces residen fuera de Andalucía. Esta población oriunda se distribuye entre 1,53 millones en España y 182.928 en el extranjero. Las comunidades autónomas con mayor presencia andaluza son Cataluña (678.502) y Madrid (267.504). Entre los países, destacan Argentina (38.036), Francia (32.711) y Alemania (26.133).
Problema aparte ha sido el determinar con precisión hasta qué punto los emigrantes tienen una voluntad real de retorno a sus lugares de origen. Un estudio sobre el nivel de integración de los andaluces en Cataluña encargado por la Dirección General de Emigración a la Cátedra de Antropología de la Universidad de Sevilla, cuyos resultados se conocen sólo parcialmente, ha permitido saber que la actitud de los encuestados es inversamente proporcional si se trata de emigrantes «interiores» o los «exteriores». Así, se sabe, gracias a estudios elaborados por el Instituto Nacional de Emigración, dependiente del Gobierno español, que La voluntad de retorno está presente en el 80 % de los emigrantes en el extranjero. Por contra, los datos de la Cátedra de Antropología demuestran que el 80 % de los andaluces residentes en Cataluña tienen muy Claro que nunca volverán a su tierra de origen. ¿Quiere esto decir que el restante 20 % (190.400 personas) sí retornaría?. A ese 20 % hay que descontarle el grupo de los que ni saben ni contestan, y el de los indecisos, por lo que queda un pequeñísimo porcentaje de gente dispuesta a retornar. Si a esto se añade que los pocos interesados en volver sólo lo harían a cambio de ayudas y exigencias inalcanzables, hay que colegir que, en Cataluña, el problema del retorno es inexistente.
Volver, volver y volver
La actitud contraria al retorno expresada por los catalanes de Andalucía corrobora las palabras del presidente Jordi Pujol, cuando aseguraba que «en Cataluña ya no hay inmigrados», utilizando deliberadamente el doble sentido de la expresión. Es decir, no hay porque el flujo migratorio ha acabado, pero también porque la voluntad de permanencia del millón de andaluces emigrados les convierte, por voluntad propia, además de por derecho en ciudadanos de Cataluña.
Sobre el número de andaluces dispuestos a regresar a su tierra se ha escrito y se ha exagerado mucho. Los retornados de otras regiones españolas no han sido tantos como se pretendía. Quizás porque quienes se ilusionaron con la vuelta masiva de sus paisanos no se percataron de que, como ha escrito Francisco Candel, «no hay animal más nostálgico que el pobre. El rico es cosmopolita. Para el pobre, el retorno es la vuelta al cubil». El célebre autor de Els altres catalans había imaginado con acierto cuál sería la actitud de los nuevos catalanes. «Yo siempre sostuve que lo que hará volver a la gente a sus lugares de origen será el que aquí le vayan mal las cosas, y crea entonces que allí le irán mejor, o que, al menos, podrá resistir o subsistir.». Como ya nos podemos imaginar, lo último no sería posible.
Los primeros casos de familias que emprendieron el camino de vuelta se dieron en Cataluña a finales de los setenta. La crisis económica y los procesos de modernización y/o reconversión hacían estragos en los centros de producción de los principales sectores. SEAT puso a muchos de sus empleados en la tesitura de aceptar un despido pactado (2 o 3 millones), o afrontar dentro de poco tiempo un despido sin posibilidad de negociación. Algunos aceptaron la indemnización, malvendieron el piso que tanto les había costado pagar, y emprendieron el camino de regreso, un flujo menor conocido como «la emigración de los emigrados».
Los economistas dijeron que de poco iban a servirles los tres millones de pesetas que traían, si éstos eran para invertirlos en una comunidad con tan elevado desempleo y un decrecimiento de la actividad laboral ininterrumpido, como demostraba el hecho de que de cada 100 personas que se quedaban sin trabajo en España, 40 eran andaluces. Caso distinto ha resultado el de los retornados procedentes de la emigración exterior. Algunos colectivos han vuelto con subvenciones y ayudas de los gobiernos de los países que les acogieron. El ejemplo de la cooperativa agropecuaria «La Pequeña Holanda», montada con el apoyo económico de los gobiernos español y holandés, ha actuado como acicate. En la Andalucía actual hay ya otras cooperativas y proyectos similares que sobrepasan por su nivel de modernización a «La Pequeña Holanda». Es el caso de «El retorno andaluz» o la cooperativa «Ros-clavel», en la que han encontrado ocupación 150 retornados.
La Junta de Andalucía, que no tiene una «política de retorno», sino «de Ayuda a los retornados», moviliza sus recursos para apoyar las iniciativas empresariales que les presentan los colectivos de emigrantes dispuestos a regresar. Una Comisión Ejecutiva que depende del presidente andaluz y en la que están representadas todas las consejerías, estudia la viabilidad del proyecto y decide qué tipo de subvenciones y ayudas crediticias pueden concedérsele. Pero Andalucía no está en condiciones de garantizar el retorno de sus emigrantes, por eso se limita a planificar el de quienes tomaron la decisión de volver.
Treinta años después de haberse iniciado el movimiento migratorio más importante y traumático de la historia contemporá Nea andaluza ha llegado el momento de la consolidación definitiva. Los pocos que han podido volver y los muchísimos que quedaron en tierras y países lejanos recordarán mientras vivan las dificultades pasadas, los días de nostalgia y de lucha por hacerse un hueco en una sociedad que por distinta se les revelaba siempre hostil. Y aunque deseen volver, la situación aquí sigue siendo la misma o peor.
Los hijos de El Almendro
Dos mil nueve iba a ser el año del retorno forzado de los emigrantes andaluces. Un hecho sin precedentes en la milenaria historia de Andalucía. Maldita coincidencia. Justo cuatrocientos años después de la expulsión de los moriscos y setenta años después del exilio republicano tras la última guerra civil. Dos racismos en la misma España: el religioso y el ideológico. Moros y rojos. Españoles que no podían serlo para la España intolerante que todavía bulle en el subconsciente colectivo de este país de analfabetos emocionales. Pero está a punto de finalizar el 2010 y la situación no ha cambiado ni tiene visos de realizarse tal operación.
Justo lo contrario ocurrirá en Andalucía: los que se fueron de la casa de sus padres para buscarse el pan más allá de Despeñaperros, no tendrán más remedio que regresar a Andalucía para seguir comiendo. Son los hijos del almendro que vuelven por navidad pero para quedarse de enero a diciembre. La crisis ha golpeado con extrema dureza las zonas de crecimiento histórico peninsular, las políticamente intocables. Allí, después de la criba del racismo nacionalista español, vendrá la del racismo nacionalista autonómico. Primero echarán a los extranjeros de segunda clase. Y luego a los extranjeros de primera: emigrantes españoles que no sean nativos de la comunidad autónoma en la que trabajen. Los andaluces representamos el colectivo más numeroso dentro de ésta última y nueva clase social de marginados. Más de un millón y medio residen fuera de Andalucía. Muchos de ellos perderán sus puestos de trabajo. Dejarán sus pisos porque no podrán pagar la hipoteca. Tendrán que emigrar de nuevo a dónde se viva mejor. Y por primera vez en la diáspora andaluza, no retornarán a la tierra que dejaron por nostalgia sino por necesidad. Porque donde antes sobraba el pan ahora sobra el hambre. Porque donde comen dos comen tres. Y porque el pan se divide en casa de uno y el hambre se multiplica en casa ajena.
Nadie ha denunciado todavía esta gravísima distorsión en la lógica histórica de Andalucía. Ni nadie conoce aún la magnitud de las secuelas económicas y sociales que provocará en nuestra tierra. Los emigrantes andaluces no existían en las listas del SAE. A efectos legales y estadísticos, eran más extranjeros que los inmigrantes. Ahora la situación no será exactamente la opuesta, sino la exponencial. Ocho de cada cien residentes en Andalucía son extranjeros. Conozco a muchos que predicen el choque de convivencias entre los inmigrantes y los hijos del almendro. Se teme mucho más al conflicto que surgirá entre ambos y los nuevos parados andaluces. Porque el hambre guarda idéntico recelo con todo aquel que les hable distinto, sean chinos, marroquíes, rumanos, sudaneses, o andaluces desarraigados que despreciaron su manera de hablar para presumir con el acento de la misma cuna que hoy los expulsa. Como a moriscos. Como a rojos.
A todos ellos les deseo un feliz dos mil once, el que estaba previsto fuese el año del pleno empleo en Andalucía.
Y a ellos va dedicado esta grabación de Antonio Alemania, de Chiclana de la Frontera, uno de los mejores intérpretes de sevillanas en la actualidad:
A todos ellos les deseo un feliz dos mil once, el que estaba previsto fuese el año del pleno empleo en Andalucía.
Y a ellos va dedicado esta grabación de Antonio Alemania, de Chiclana de la Frontera, uno de los mejores intérpretes de sevillanas en la actualidad:
FUENTES centro de andalucia
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