En los años treinta, Groucho Marx contaba en Broadway un chiste sobre la Gran Depresión. “No entiendo nada de economía”, decía, “pero sé que cuando los neoyorquinos alimentan a las palomas de Central Park, las cosas van bien; pero cuando las palomas de Central Park alimentan a los neoyorquinos, las cosas van mal”.
Tal como pinta aquí el asunto de las palomas, hay muchos que ya han pensado en ahuecar el ala y levantar el vuelo hacia otros horizontes lejanos. No se lo reprocho. Yo misma he estado tentada a hacerlo. El problema es dónde encontrar un lugar en el mundo. Asia y África a primera vista no parecen el territorio más idóneo para labrarse un porvenir; de los países árabes, ni hablar, a cierta edad una le va cogiendo apego a algunas libertades individuales de poca monta como conducir, llevar pantalones o escribir en los periódicos; China, descartado, el nivel de contaminación es altísimo, allí los peces salen fumando del río; los Balcanes y los países del Este, casi mejor no pensarlo teniendo en cuenta cómo se las gastan las mafias; el Próximo Oriente ni harta de copas, vivir allí es la muerte. ¿América? Bueno, siempre ha sido la tierra prometida, pero la cosa se puede torcer en cualquier momento. Alemania es un país seguro, pero tiene demasiados muertos en el armario. Rusia ni les cuento, allá Gerard Depardieu con sus cuentas fiscales, pero encontrarse a Putin en un restaurante puede atragantarle el caviar de beluga a cualquiera. Existen ciudades hermosas desde luego, como Lisboa, pero allí están bastante peor que nosotros. Londres tampoco está mal y los conductores de autobús tienen un extraordinario sentido del humor pero no acabo de acostumbrarme a conducir por el lado contrario. Italia es mi país favorito, aunque la programación televisiva no hay quien la trague. Visto con perspectiva podría decirse que el Paraíso solo existe en los sueños y que en todas partes cuecen habas.
Aquí tenemos la peor plaga de termitas en las instituciones de toda Europa, un nivel de corrupción más alto que en las islas Barbados y en Botswana, que se dice pronto, una clase política que ha convertido el país en el departamento de cuentas de una funeraria y una izquierda que sigue en el siglo pasado, atrincherada en las listas cerradas porque no pisa la calle.
Pero, miren, tenemos algo bueno. Tenemos médicos que se saltan a la torera la ley para mantener la asistencia sanitaria que este Gobierno nos está arrebatando a todos; tenemos abuelas que hacen ecuaciones binarias para cubrir con su raquítica pensión el desayuno, la comida y la cena de dos generaciones completas; tenemos jóvenes corsarios que están consiguiendo parar los desahucios con la razón en la mano y el corazón en su sitio; tenemos también quiosqueros que aguantan la mala racha sin torcer el gesto ni dejar de dar los buenos días, y maestros de escuela que le pagan el bocadillo del recreo a los niños de su bolsillo, tenemos pescaderas del mercado de Ruzafa que cada día guardan una ración de salmonetes para el primero que la necesite. Son los héroes de la vida cotidiana. Los que aguantan a palo seco la cuesta de enero con los ideales justos para ir tirando.
Ya sabemos todos que la Arcadia feliz no existe. Pero no se me derrumben. La vida es un vino de trago largo y si alguna vez consiguiéramos librarnos de las termitas, este no sería un mal lugar para criar a los niños y dejar en paz a las palomas.
fuentes http://ccaa.elpais.com
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