sábado, 9 de febrero de 2013

Un millón en Suiza Perfil del otrora emigrante español 6 comentarios Para algunos, el aeropuerto de Zúrich fue el sitio de reencuentro con otros parientes que se unían a la fuerza laboral española en Suiza. (Xurxo Martínez Crespo.) Por Iván Turmo, Madrid, swissinfo.ch 22 de enero de 2011 - 10:00 En los años 60, dos millones de españoles salen de su país impulsados por la necesidad y por el aislamiento que ahoga a España.


Su destino en Europa: Suiza, Alemania, Bélgica, Francia, Gran Bretaña y Holanda. La mitad son clandestinos. Llegan sin contratos de trabajo y el 80% de ellos son analfabetos.
La Confederación Helvética, con un 38,5% del total, es el territorio que recibe mayor volumen de inmigrantes ibéricos entre 1962 y 1977. Mientras, el régimen de Franco mira para otro lado y trata de ocultar esta emigración masiva y de enriquecerse con la entrada de divisas del extranjero.

Se fueron para unos meses y muchos se quedaron hasta cuarenta años. Salían movidos por la ‘psicosis migratoria’ del momento, sin saber a dónde iban, para trabajar como mano de obra barata en el mundo obrero e industrial. En su periplo vivieron situaciones tremendamente difíciles, aunque su esfuerzo titánico contribuyó en gran medida al desarrollo económico de España.

Suiza, Francia, Alemania, Reino Unido, Bélgica y Holanda pactaron con los países del sur de Europa contratos de trabajo para cubrir sus necesidades laborales en lo que se llamó emigración asistida. Las autoridades españolas gestionaron la emigración a través del Instituto Español de Emigración (IEE), creado a finales de los 50, por medio de convenios bilaterales como el firmado con Suiza en marzo de 1961.

La mitad, sin papeles

Es complejo conocer el volumen de la emigración irregular ya que hasta los años 60 no hubo ningún registro detallado de las salidas y entradas de españoles a Europa. Al sumar los datos oficiales con los de los países receptores, se demuestra que de 1960 a 1969, la tasa media de salidas sin contrato era del 51,5% de los emigrantes, cifra que no controlaba la administración española. Además, la cantidad de emigrantes registrada por España era sensiblemente inferior a la que ofrecían los Estados de acogida.

Juan Chacón, retornado a España en 1998 a su jubilación tras cuatro décadas de trabajo en Francia, Alemania, Noruega y finalmente en Holanda (donde pasó 37 años), fue uno de los que se molestaron en investigar estos datos.

“Cuando más tarde fue posible saber los datos del IEE y poderlos contrastar con los datos de los países de acogida estuvimos contentos porque ya intuíamos los resultados, que no eran verdaderos. En esta década, casi el 52% se iba sin contrato y el resto lo hacía con pasaporte de de turista. Eran contratados en el destino”, explica Chacón en conversación con swissinfo.ch en Madrid.

A toda máquina

El norte del continente, el principal foco de atracción de mano de obra, presentaba un fuerte crecimiento económico y era incapaz de mantener la competitividad sin captar capital humano.

“Las empresas necesitaban trabajadores para poder mantener las maquinaria activa durante todo el día. Los competidores tenían maquinas que funcionaban a pleno rendimiento. No podían esperar por riesgo de ruina y presionaban a los gobiernos para que agilizaran las listas de espera y les enviaran más personas dispuestas a trabajar de inmediato”, recuerda Chacón que añade, ante esta situación los emigrantes no esperaban las listas oficiales del convenio y viajaban sin contrato, ante lo que España “hacía la vista gorda”.

Al incumplir los convenios, Franco protestaba pero con la boca pequeña. El régimen temía que las empresas foráneas dejaran de solicitar a españoles y optaran por portugueses o turcos y les hiciera polvo el negocio de las divisas, destaca Chacón. Se habla de 3.000 millones de dólares al año que entraban a España a comienzos de los 60, gran parte en inversiones ligadas a la construcción.

La “trampa” de la emigración

Como obreros sin cualificación profesional, trabajaban en condiciones extremas, viviendo en alojamientos insalubres, en barracones, con salarios menores que los nacionales y muy lejos de una posibilidad de integración en la sociedad que les recibió. También padecieron para conseguir el reagrupamiento familiar, especialmente en Suiza. “Fuimos a hacer lo que ellos nos querían, los trabajos más duros. El nativo del país conoce el idioma, cobra el paro, tiene su familia y recursos que no tiene el que viene de fuera”.

Según cuenta Chacón, “nadie iba con la idea de permanecer por mucho tiempo, Por distintos motivos, uno siempre se queda en el extranjero más tiempo del que pretendía al principio. La emigración fue una solución en ese momento pero también, una trampa. Te quedas enganchado y no puedes volver”, confiesa.

Lucha política y sindical

Juan Chacón jugó un papel pionero en el despertar de los sindicatos, la toma de conciencia y las reivindicaciones laborales de los inmigrantes en sus lugares de acogida. Fundó uno de los primeros centros de españoles expatriados.

“Aprendimos con la práctica a organizarnos, a conocer nuestros derechos ya que cumplíamos con nuestras obligaciones allí, tomamos contacto con el movimiento sindical local, con los estudiantes y con periodistas de allí para informarnos. También comenzamos a realizar nuestras reuniones y poder discutir los problemas que se daban. Más tarde lanzamos boletines informativos”, indica Chacón, miembro de varias asociaciones de emigrantes retornados.

Gracias a ellos y a sus acciones (ocuparon iglesias, paralizaron fábricas...) los países de acogida fueron poco a poco regulando mejor los derechos de este colectivo, aunque en los 70, debido a la crisis del petróleo, apareció la xenofobia y el rechazo.

Por su parte, el régimen de Franco no estaba muy dispuesto a que los emigrantes abrieran los ojos al mundo democrático y como estrategia creó entonces las Casas de España con libros, películas y materiales de propaganda franquista. También los consulados querían tener cierta influencia a través de charlas o de actos de ideología política.

A pesar de todo, la mayoría de los que salieron consiguieron su objetivo: ahorraron y enviaron unas divisas a España fundamentales para el desarrollo económico español. Sin embargo, este enorme esfuerzo ha pasado desapercibido en España, donde se tiene una visión estereotipada y casi folclórica del emigrante, ni se le ha dedicado la atención ni el cariño que hubiera merecido.
Iván Turmo, Madrid, swissinfo.ch

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