Porque hay que espabilarse. Trabajar donde sea y de lo que sea. Por uno mismo. Por la familia. Y porque aquí no hay oportunidades. Estas son las razones que exponen los lectores de LaVanguardia.com para emigrar. Durante estos días hemos recogido numerosos testimonios de personas que han decidido dejar atrás a familia y amigos para encontrar mejor fortuna en otro país. Estos son los datos: entre enero y junio de 2012, Catalunya es la comunidad que más población ha perdido, más de 87.000 personas. Estos emigrantes tienen tres perfiles muy definidos: jóvenes catalanes con excelentes calificaciones académicas, jóvenes latinoamericanos con doble nacionalidad que retornan a su país, y otro grupo variado de personas que han agotado sus prestaciones y que aprovechan la libre circulación por la UE para buscar trabajo.
Es el caso de Elisabeth Muñoz. Tiene 32 años, es abogada y hace casi un año que está en paro. Se encuentra desamparada y cree que la única (y última) opción que le queda es emigrar y trabajar de lo que sea, aunque sea fuera de su ámbito, de aquello “que te permita vivir”.
Para otros, sin embargo, sí que existen opciones, sólo que hace falta paciencia, mucha paciencia. Es el caso de Luis L. A., que opina que el futuro está en España y sólo hay que tener “el valor y el coraje” para esperar un cambio de ciclo: “Un día quizás la tortilla se vuelque y los alemanes vengan a buscar trabajo”. Y es que tampoco todas las experiencias tras emigrar son positivas y muchos acaban volviendo. El usuario Manumath, en este caso, trata de ser optimista: “Si quieres volver a España, vuelve. No hagas caso de como está la situación económica. El que busca siempre encuentra. Pero es mucho más importante estar donde quieras estar, o te arrepentirás y vagarás por el mundo como una simple emigrante a la que nadie le importa. El dinero va y viene, pero solo se vive con los tuyos una vez”.
A pesar de todo, son pocos los que opinan así. Para el lector Enric Badia, es “una pena”, pero no cree que haya más opciones que emigrar. Y Josep Villagrasa opina que “la gent si no treballa va a cercar-se les garrofes, no s'esperen a que vinguin els altres a pagar-los les factures”. Por tro lado, la lectora corresponsal Glòria Guirao habla de “jóvenes exiliados”, estudiantes que salieron a ganar experiencia y que ya no quieren regresar. Y que la experiencia enriquecedora de ver mundo se ha convertido en una necesidad para sobrevivir.
Emigrar más allá de los 50
“Lo tengo complicado pero me lo estoy planteando muy seriamente, no por mi, sino por mis hijos de 19 y 17 años. Mi hija terminará su carrera dentro de dos años y mi hijo la empezará el año que viene. Son buenos estudiantes y muy trabajadores. Que futuro les espera?”, escribe Griselda Martí. Empezó a estudiar alemán hace seis años, y si tuviera que emigrar, ese sería su destino. Ha empezaqdo a buscar posibles trabajos en internet con los que cumple los requisitos. Además, tiene familia en Alemania que le podría ayudar con los trámites.
Su marido fue despedido en 2009 de la empresa donde trabajaba desde hacía 32 años y más tarde le contrataron en otra, aunque ahora está pasando dificultades para salir adelante. “A sus casi 54 años otro despido no tendría solución”. A pesar de todo, su mayor preocupación son sus hijos: “Las dificultades nunca me han asustado, lo que me asusta de verdad es que mis hijos no sepan cómo se ganarán la vida”.
Regreso forzado
El camino de Gabriel Szebun es de ida y vuelta. Llegó en 2002 con sus dos hijas y “cuatro maletas”, huyendo de Argentina. Tras dos años de un trabajo a otro, él y su mujer consiguieron los papeles de residencia y de trabajo. La vida les iba en general bien y se encontraban a gusto en su nueva tierra: “Jamás dudamos en echar raíces, en adaptarnos, en sentirnos parte de la sociedad. Nos fueron dadas múltiples oportunidades, que supimos aprovechar y devolver con respeto y gratitud, compartiendo hábitos y costumbres”.
Todo cambió con el inicio de la crisis, en 2008. Un ERE en 2009, un trabajo temporal de seis meses y media jornada, y hasta un curso de asistencia a personas con incapacidad para reinventar el camino. Hasta que en 2010 se plantearon regresar. “Cualquier explicación que salía de nuestras bocas carecía de solidez, sin tener en claro hacia dónde regresábamos, qué nos esperaba, lo que significaba todo aquello que estábamos dejando atrás”. Sin trabajo y con la incertidumbre de si algún día podrían salir adelante y remontar, volvieron, esta vez con el doble de maletas y el recuerdo de unos años felices.
“Habíamos ido a trabajar y a salir adelante, durante varios años lo conseguimos, pero ahora muchas fuentes desaparecían. No queríamos cobrar un paro, aun cuando nos correspondiera. No queríamos ayuda, sino un digno y legítimo trabajo. Y tal vez ante la impotencia de ver el desmoronamiento y no saber qué hacer al respecto, nos marchamos. Sin acogernos al plan de retorno voluntario, dejando un año y medio de paro sin cobrar, vendiendo lo que teníamos y pagando las deudas”. No querían enriquecerse, sólo tener una oportunidad.
La sensación de volver es extraña. Gabriel explica que se encuentran en “una sociedad desconocida aunque familiar”. No pertenecen a ningún lugar y sólo el tiempo hará que se reencuentren, “pensando cada día en el granito de arena que podemos aportar, moldeando las maneras apropiadas para el desarrollo, buscando el aprendizaje de cada experiencia”. Sus palabras son de gratitud hacia una tierra que les permitió vivir dignamente, con ilusión de poder trabajar para sacar a su familia adelante. “Deseamos que la situación mejore, y aunque con el simple deseo tal vez no baste, creer en que las experiencias nos mejoran como seres humanos puede ser un aliciente para hacer más llevadera las circunstancias”.
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